viernes, 13 de abril de 2018

La vecina borde


Hace seis meses me mudé al piso en el que hoy vivo. Pese a que ni siquiera cambié de calle, sólo de número, entré a formar parte de un nuevo vecindario con todo lo que ello implica. Y a mí, que me pasa como a muchos, cuando llego a un nuevo lugar, intento equilibrar mis caracteres: ser cordial pero no demasiado simpática, segura sin resultar soberbia, dispuesta sin parecer servicial; e intento dejar de lado el sarcasmo y la ironía que me caracterizan; pues sin conocerme puedo resultar frívola y borde- cosa que me encanta, por otra parte-. Durante el fin de semana en que hice la mudanza, me crucé con varios vecinos: algunos muy amables que me ayudaron cuando me vieron cargar cajas cuál mozo en un polígono perdido al sur de Madrid en plena campaña del black friday, y otros a los que me presenté como la nueva inquilina del cuarto, que directamente ni me saludaron. Me quedé con sus caras para hacer lo propio en futuros encuentros. Al día siguiente, cuando volvía de trabajar saludé al portero, al que ya conocía pues él mismo me enseñó el piso, y, tras preguntarme qué tal, se quedó dubitativo y me soltó a bocajarro mientras entraba al ascensor “que a ver cuándo quedamos para irnos conociendo… y eso. Ese y eso me chirrió. No era gracioso ni sonaba inocente, no era como el que salía de la boca de la inefable Pantoja de Puerto Rico; más bien sonó como un etéreo indeterminado cargado de una doble intención alejada de la noble cortesía, e hizo que inmediatamente, me entrara la duda de acerca si este personaje, iba quedando con todos los nuevos vecinos para irse conociendo ( y eso), con las mismas intenciones que tenía conmigo. Algo me hizo sospechar que no. Con una resuelta indiferencia, decliné su invitación y vi cómo se le caía la careta de simpático mientras la puerta de acero se desplegaba más despacio que otras veces. Desde entonces, sé que me odia y va contando a los vecinos que soy una antipática. Conoce mis horarios, aparece y desaparece en la portería cuando menos me lo espero; unos días me saluda, otros se hace el longuis cuando le reclamo la correspondencia hasta que le paré los pies el día que con la excusa de que venían a instalarme la fibra óptica intentó colarse en casa. La antipática es ahora la borde y luzco el título con lozanía y orgullo.
Hace un par de semanas llegó una nueva inquilina y respiré aliviada. Ya se sabe que cuando uno se acostumbra a la novedad, desaparece el interés y ésta se vuelve invisible. Apenas he intercambiado un par de saludos con ella, pero intuyo que no le caigo muy bien. Por lo pronto, el portero me ha dicho que es abogada y muy simpática.