Todas las marcas, sabedoras de su importancia dedican tiempo y sobre todo, mucho dinero, en estudios pormenorizados para conocer la eficacia y el impacto que una campaña puede desplegar entre sus consumidores habituales e incluso los potenciales.
Una de las muchas herramientes de que disponen estas grandes empresas con los estudios de mercado. Se seleccionan a consumidores en base a un determinado perfil, generalmente de un rango concreto de edad con diferentes ocupaciones para que conformen un grupo heterogéneo. A las empresas les interesa conocer la opinión de sus consumidores de primera mano.
Pues bien, hace unos días asistí a una de estas reuniones. Por razones estrictamente confidenciales no diré de qué marca y producto se trataba, pero sí diré que se trataba de un producto destinado al público femenino. En una sala de ambiente aparentemente relajado, pero equipada con cámaras de vídeo, micrófonos y un falso espejo desde donde éramos observadas por la mirada atenta de los encargados del estudio, un grupo de ocho desconocidas mostramos nuestras opiniones acerca de las imágenes que el moderador nos iba enseñando.
Debo decir que no era la primera vez que participaba en este tipo de reuniones, pero sí me percaté de su mecanismo. Pese a que a priori se va a opinar libremente, las opiniones críticas no tienen cabida y se silencian. Sentí cierta desazón al comprobar cómo las cuestiones de género pasan despercibidas para la gran mayoría; cómo se ha normalizado hasta el punto de agradar y darlo por bueno -por la mayoría de las allí presentes- que para vendernos a las mujeres un producto se pase por representarnos hipersexualizadas, cayendo en estereotipos repetidos hasta la saciedad, mujeres que van de fiesta pero que parecen salidas de un club de intercambio... Y cómo cuando se ofrece una visión de mujeres que no son lo que se espera de ellas y hacen actividades que son destinadas principalmente al público masculino, como los deportes de riesgo y que no por ello dejan de ir a la oficina o disfrutar de su tiempo, se rechaza de inmediato.
Y siento que no seamos las propias mujeres las que no tengamos suficiente capacidad crítica para rechazar este tipo de mensajes sexistas, porque que quede claro de una vez: la publicidad ofrece una imagen distorsionada de la realida, es netamente aspiracional, porque si fuese verdad lo que nos venden, todas deslumbraríamos con el brillo de nuestra sedosa y suave melena al mismísimo sol, ¿o alguien lo duda?
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