La vida está llena de situaciones que se nos escapan, llámalo azar, destino o como más te guste. Uno no es dueño de nadie, ni siquiera de uno mismo. Sonará muy filosófico y todo lo que quieras pero es es la esencia de la vida y la que rige nuestra propia existencia. Puedes escoger el restaurante en el que cenarás esta noche, con quién irás, e incluso el menú; pero hasta que no llegue ese momento todo está en el aire y cualquier factor, de la naturaleza que sea, puede alterar tu plan e incluso frustrarlo, y tú nada podrás hacer para que eso termine sucediendo.
Son esas circunstancias que hacen que todo se torne inesperado, desconocido, misterioso, imprevisible...¡mágico!, tan fáciles de explicar, pero a la vez tan inexplicables...
Pero aunque todos los trucos de magia tienen su explicación, mejor no la busques; porque descubrirlo no cambiará el resultado, pero sí tu forma de observar y tu perspectiva. Pasarás por alto detalles que conforman un todo y te quedarás con retazos descontextualizados que no serán suficientes para que hagas una composición de lugar.
Si supiéramos de antemano qué
va a pasar, qué nos va a pasar con todo lujo de detalles sería el mayor
de los aburrimentos.
Por eso es tan importante aprender a dejarse llevar, improvisar y dejar que las imposturas caigan con su propio peso. No seamos actores a la espera de entrar a escena.
Si eres de los escépticos, te propongo lo siguiente: planifica todas las obligaciones, tareas o quehaceres diversos que tengas que hacer a lo largo del día de mañana y cúmplelos uno a uno, a rajatabla. Recuerda que el factor sorpresa siempre estará esperándote a la vuelta de la esquina y que tu voluntad no bastará para cumplir tu cometido. Si lo logras, te felicito, pero no tienes ni idea de todo lo que te has perdido.
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