Si hay una palabra repetida hasta la saciedad en los últimos años, es la palabra crisis. La llevamos grabada a fuego y por mucho que insistamos, no podemos despegarnos de ella. De repente, un día sin comerlo ni beberlo la escuchaste, y desde entonces hasta el día de hoy, la repites como un papagayo hasta el punto de convertirse en el comodín perfecto aplicable a cualquier situación o circunstancia cotidiana. Ya sabes, la culpa no fue del cha cha chá, sino de la crisis. Pero como el ciudadano medio se ha convertido en todo un experto en la materia y conoce la macroeconomía como la palma de su mano porque ha estudiado en profundidad a Stiglitz, Keynes y Samuelson; yo, ya poco más puedo añadir.
Muchos olvidan que al márgen de la económica, hay otras crisis, infinidad de crisis mucho más profundas y difíciles de superar que no se mencionan en los informativos y que cualquiera ha sufrido, está sufriendo o sufrirá tarde o temprano. Son aquellas que pueden aparercer en cualquier momento sin avisar, ni preguntar, pero cuando ya se han instalado uno no sabe ni dónde meterse ni cómo actuar para deshacerse de ellas.
Me refiero a las crisis personales en el sentido más amplio del término, sin distinción, cualquiera que sea su origen o nombre que se le acuñe. Y entonces, una vez detectadas no cunde el pánico sino el silencio y la discreción: que nadie se entere de lo mal que lo estoy pasando porque no sé qué coño hacer con mi vida... Surge el desasosiego, la incomprensión, la duda eterna. Y de repente, un buen día aparecen unos seres de no se sabe muy bien dónde que se autodenominan coach, (o coaches si son multitud), pero que nada tienen que ver con los de La Voz, y claro te preguntas, ¿qué es eso? ¿qué hacen con su vida? ¿qué se echan en el café? Un coach viene a ser simple y llanamente, un vendehúmos que alimenta su hambriento ego a base de perogrulladas y vacua palabrería en forma de optimismo esperpénticamente exacerbado.
Rembrandt fue coach de Rembrandt. |
Para finalizar, la buena noticia es que en los últimos tiempos, la crisis está siendo relegada por otra palabra más baladí y cargada de infortunio que con sólo intuirla puede producir urticaria o desorden mental, dependiendo del grado de sensibilidad del interlocutor. Ahí va: emprendedor y sus derivados. Pero eso ya mejor, lo dejamos para otra ocasión.
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