sábado, 28 de febrero de 2015

Elementos delatores

Vivimos tiempos modernos y vanidosos pendientes de mostrar al mundo nuestro mejor perfil. 
La imagen, nuestra imagen ocupa el pedestal de cómo queremos ser percibidos por los demás. Nos preocupa la moda, lo que se lleva, lo que no y eso se traduce en nuestra vestimenta. Son muchos los que siguen cayendo enamorados de la moda juvenil, independientemente de cuál sea su edad y, son muchas y variopintas las tribus urbanas que uno puede encontrarse por la calle.

Es verdad que puedes catalogar a la gente según la indumentaria que lleve y atisbar hasta cierto punto cómo puede ser su carácter, pero si quieres saber cómo es alguien con echar un simple vistazo, sólo tienes que ver su casa. De muy poco te servirá ir disfrazado de granjero o leñador en cualquier época del año con tu montura de pasta sin graduar, pretendiendo ser la viva imagen del hipsterismo, cuando los demás descubran que en tus estanterias no hay ni un solo libro de Murakami y que en vez de vinilos coleccionas cedés de Rihanna.


Hay tantos estilos decorativos como personas en la faz de la Tierra, y uno de los predominantes es el minimalismo. No hace falta ir por la vida de interiorista, que me perdone el gremio, pero es evidente  la influencia del gigante sueco, que todos conocemos  por sus albóndigas de dudosa procedencia y mobiliario de nombres impronunciables; en la expansión del minimalismo nórdico en la humilde morada del español medio.
Cualquier corriente o tendencia estética llevaba al extremo demuestra falta de sensibilidad. Una decoración basada únicamente en el minimalismo y llevado hasta el límite demuestra escasez de originalidad, de carácter y del sentido estético.
El minimalismo, esa sosez monocromática de línas rectas, de paredes desnudas tan previsible como aburrido e insípido que para unos aporta pureza, a mi me da frío Transmite impersonalidad y es como entrar en una habitación de un hotel todas iguales, todas tan frías, todo tan blanco y aséptico.

Suele ser de propio de personas carentes de personalidad propia definida, o de personalidad modulable según la moda dominante; sin gusto por lo estético ni capacidad suficiente para darse cuenta. Rechazan el gotelé, que no tardarán en reivindicar cuando vuelva a llevarse y sueñan con vivir en las casas que encuentran por pinterest. Tanto orden y meticulosidad dejan entrever personas calculadoras, frías y medidas muy pendientes de su imagen y de lo que piensen los demás. La improvisación y la sorpresa no son bien recibidas. Su máxima es menos es menos que en el peor de los casos puede rozar la austeridad carcelaria.

Así son las celdas en Noruega, una de las cunas del minimalismo.

En el lado opuesto está el  infravalorado horror vacui tan acogedor y cotidiano. Si el minimalismo ciega con tanto blanco y vuelve todo monótono; el horror vacui es la improvisación, la autenticidad de quién reivindica su mundo, original y único basado en su propio criterio muy lejos de la uniformidad del blanco sobre blanco, o del blanco sobre negro. El es colorido, la viveza, el exceso y la estridencia donde el caos es el orden. Todo vale, nada está prohibido, no hay reglas y la imaginación y el dejarse llevar son parte de su encanto. 


Armonía en el caos.



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