Un blanco y negro, por favor.
una ficción sobre los estragos de la comunicación 3.0-Hola, ¿eres real?
Este
es uno de los más de una veintena de mensajes directos que recibo cada
hora vía Twitter. No exagero si digo más de una veintena, pero el
recuento es aproximado, incluso es posible que sean más.
Por lo general no suelo contestar a ningún mensaje, sería una labor que me robaría más tiempo del que dedico a otros menesteres. Por eso suelo mandar mensajes de agradecimiento por el apoyo recibido en general a todos a quienes siguen mis andanzas en Twitter: mis queridos followers.
Mi relación con las redes sociales es de odio- amor, que no amor-odio.
Quiero decir que las odio pero las amo secretamente, si fuera amor odio implicaría un amor de cara a la galería y un odio secreto; pero la poca sabiduría que he podido adquirir a lo largo y ancho de mis recién cumplidos veintisiete años, me ha llevado a la conclusión de lo poco útil e innecesario que es vivir con odio. Sólo viven con odio los odiosos, y yo soy incapaz de odiar nada ni nadie. El odio termina malgastando e intoxicándote; conviertiéndote en uno de esos vampiros emocionales con los que uno se topa cada día. Esos que disfrutan con los fracasos y miserias de los demás, esperándote en cada esquina para ponerte la zancadilla y mirar en dirección contraria con cara de pío, pío que yo no he sido.
Y yo a las redes sociales sólo las odio lo justo, sólo un poquito, pero enseguida se me pasa.
Pero una de las cosas que menos me gustan es el anonimato
El anonimato está genial para que cualquier persona en cualquier momento por el motivo que sea pueda reinventarse y crear un alter ego a su medida, ese hacerse a sí mismo, tan necesario para huir de la mediocridad del mundo que nos rodea; un tema apasionate al que ya dedicare el tiempo que se merece a explayarme.
Lo que decía, un buen uso del anonimato es genial, pero sin hacer un uso y abuso traspasando ciertos límites que rozan el mal gusto dejando al descubierto la decadencia humana cayendo por una pendiente.
Por eso cuando recibo un mensaje como el que encabeza este escrito desearía estar sentado con esa persona en una terraza tomando un blanco y negro discutiendo de lo divino y de lo humano y de todas aquellas cosas que no pueden comprimirse en 140 caracteres.
¿Imaginad por un momento que sólo pudiésemos comunicarnos de forma oral con no más de 140 caracteres?
Agotador, ¿verdad?
Así es cómo me siento cada vez que tengo que contestar un tuit.