Algunos son más difíciles de detectar que otros, pero en definitiva tarde o temprano su verdadera naturaleza sale a relucir.
Ellos piensan que el resto, nosotros los humanos, que somos seres consumistas, hedonistas y nosecuántosmás -istas, también somos idiotas. Es verdad, lo somos. También dentro de los humanos unos seres están más evolucionados que otros, qué duda cabe, pero a grandes rasgos abunda el borregismo entre el ciudadano medio, que previamente ha sido bien adoctrinado por estos seres descerebrados a los que hacía referencia al principio de este párrafo.
Por ejemplificar un poco de lo que estoy hablando pondré el foco en un ámbito concreto: la industria de la moda.
Cualquier moda que se precie, tiene un origen y no es precisamente casual. Las modas son creadas para ser consumidas, si no no tendrían razón de ser y dejarían de ser modas. No voy a entrar en el proceso de creación de una moda, porque para eso están los cazadores de tendencias (coolhunters), trabajo apasionante donde los haya, algo desvirtualizado por tanta egoblogger venida a más que por ser la primera en comprar las tendencias de la temporada en tiendas low cost se autodefine como coolhunter y/o influencer y se queda más ancha que larga.
Como decía, las modas son creadas para que consumamos productos que en condiciones normales, es decir, si éstos no estuviesen de moda, valga la redundancia; ni hartos de vino, jamás de los jamases consumiríamos.
El punto de partida de cualquier campaña publicitaria pasa por estudiar su mercado objetivo o target, determinar qué mensaje se quiere transmitir y a través de qué medios. Son muchos los estudios que se llevan a cabo hasta que se lanza un producto y/o servicio al mercado, y también son cuantiosas las cantidades de dinero que se invierten en dicho proceso. Puede haber campañas millonarias que fracasen y otras de menor inversión que alcancen el éxito.
Hoy todo es mucho más inmediato gracias a internet y a la creación de nuevos canales de comunicación como las redes sociales, foros, blogs, webs de opinión o personas influyentes.
Si hablamos de la industria de la moda, las mujeres somos las principales consumidoras y por ende, las principales destinatarias de sus numerosas campañas. En muchas de ellas la imagen de la mujer se reduce a un simple objeto, cuando no se proyectan estereotipos de mujeres inalcanzables e irreales, o se recurre a cosificar la sexualidad femenina.
¿Qué se pretende con todo ello?
Para vender algo innecesario, primero se ha de generar una necesidad, y si ésta no existe habrá que inventarla. Se trata de que el consumidor viva en un estado de insatisfacción e incorformismo continuo y que a través del acto que supone el consumo en sí, satisfaga tan indeseables sentimientos.
¿Quién no se ha sentido mal después de comprobar que te sienta como un tiro ese vestido tan ideal que anuncia fulanita por todas las marquesinas?
¿Por qué para vender un perfume se usa a la mujer como un objeto sexual?
¿Por qué nos sometemos a las modas absurdas y dictatoriales que nos imponen desde anuncios de mujeres surrealistas photoshopeadas, el diseñador o la marca X, la celebrity del momento o las mal llamadas revistas femeninas?
La publicidad, al igual que el cine o la televisión surte efectos a nivel social.
Nuestro lenguaje, nuestro comportamiento y nuestras decisiones están influenciadas por todo lo que vemos, oímos o nos cuentan. Nuestro cerebro se caracteriza por su plasticidad y absorbe como una esponja todos estos estímulos que adquirimos como propios y reproducimos consciente o inconscientemente. Y todo esto tiene un reflejo en la propia sociedad
Las mujeres somos las destinatarias de esos mensajes envenenados que terminan por convertirnos en fashion victims, adictas a la moda, o compradoras complusivas. En muchos casos, -yo la primera- compramos como forma de canalizar frustaciones personales, emocionales, sentimentales... para sentirnos bien, porque eso es lo que nos meten por los ojos cada día.
(Si alguien conoce a un hombre que sea un comprador complusivo que me lo cuente.)
Generar insatisfacción conduce a la frustración, por eso no nos sentimos mejor después de una tarde de compras. Nos alejamos de nuestra propia naturaleza, queremos ser como esos modelo inalcanzables expuestos en escaparates, revistas o cualquier soporte publicitario de difusión masiva, subliminal o no.
Ansiamos la perfección, gustar a los demás antes de gustarnos a nosotras mismas, aparentar antes que ser porque todos sabemos que la imagen lo es todo. Se castiga la autenticidad, lo diferente por no estar dentro de los cánones socialmente aceptados. Abunda la uniformidad, mujeres cortadas por un mismo patrón estéticamente hablando. Nos creemos seres únicos pero dentro de la colectividad somos todos iguales.
Es fácil, muy fácil caer en estas redes y muy difícil mantenerse fiel a uno mismo sin perder la esencia que a cada uno le hace ser único e irrepetible. Y eso, queridos no hay anuncio que nos lo cuente.
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