Los cuerpos eran jóvenes y los cabellos de tonos demasiado perfectos, lo mismo que el firme dibujo de los rostros, pero esa juventud no tenía la frescura de las cosas vivas, era una juventud embalsamada; ni arrugas ni patas de gallo marcaban las carnes cuidadas; ese aire gastado alrededor de los ojos era, por lo mismo, más inquietante. envejecían por debajo; podrían envejecer todavía mucho más tiempo sin que crujiera el caparazón bien lustrado, y después, un día, de golpe, esa cáscara brillante, ya delgada como un papel de seda, caería hecha polvo; entonces se vería aparecer a una anciana perfectamente acabada, con sus arrugas, sus manchas, sus venas hinchadas, sus dedos nudosos.
-Mujeres bien conservadas-dijo Francisca-, es atroz esa expresión; me hace pensar siempre en conservas de langosta y en el camarero que le dice a uno: "Es tan buena como si fuera fresca".
Simone de Beauvoir, La invitada- 1.943