martes, 26 de julio de 2016

I. Ligereza estival.

Es el saco sin fondo en el que todos entran, pero pocos quieren salir.
Algunos por miedo a ser señalados con el dedo, cual esquirol en día de huelga.
Los inseguros porque no se atreven, su exceso de prudencia les paraliza y devienen en estatuas humanoides.
Los hedonistas están tan agustito que mover un sólo dedo les apartaría de su disfrute, su savia, su oxígeno, su vida.
Y además, ¿qué pensarían los demás? Todos pensamos en el que dirán, en cómo nos mirarían, la manera en la que cuchichearían al oído unos y otrso al vernos, y el cómo nos afectaría ese murmullo cargado de malintenciones y vacua palabrería. Pero qué le vamos a hacer, la raza humana es así de previsible.
Y es entonces cuándo me pregunto- sólo a veces, no soy yo persona de preguntarme muchas cosas- ¿a quíen le gusta la normalidad? ¿por qué cuesta tanto desmarcarse?
Sin duda transitar entre la locura y la sensatez, ir de un extremo a otro con la rapidez de un parpadeo es sin duda más estimulante que ser uno de esos que llaman gente corriente.
 


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