jueves, 12 de mayo de 2016

El vecindario




Hay algo que me inquieta últimamente.

Cada noche, después de cenar, salgo a al terraza a fumarme un pitillo; algo de lo más normal cuando en tu casa se cumple a rajatabla la ley antitabaco.

Enfrente de mi casa, hay un edificio de ocho plantas, y con nocturnidad observo a sus habitantes e imagino cómo ha sido su día.

El piso del primero derecha donde hace unos años vivió una familia sudamericana que organizaba todo tipo de festejos en cualquier época del año, bailando cumbia y comiendo lomo de cerdo adobado a la plancha, mientras el pobre perro saltaba enloquecido,es ahora parte del local de la tienda de decomisos. Decomisos, qué palabra tan exótica. En el segundo, cerraron la terraza y pusieron unas ventanas blancas de esas de climatic. Las persianas suelen estar bajadas todo el día, y por la tarde- noche cuando hay luz, observo su salón donde tienen un sofá beige con una manta o toalla naranja en una de las esquinas. Creo que esa zona es la reservaba para los gatos, uno es blanco y con manchas negras y el otro como naranja-beige atigrado. El beige siempre anda danzando de un lado para otro y suele subirse a un rascador que tienen al fondo del salón. Los pobres gatos deben tener los biorritmos atrofiados con tanta oscuridad todo el día. Pobres.

En el cuarto izquierda vive un matrimonio sexuagenario. No es raro verles todas las noches a la luz de la lamparilla del salón ver la tele hasta altas horas de la madrugada, es lo que tiene ser jubilado y poder pasar las noches en blanco viendo premier casino o el horóscopo de Esperanza Gracia. Alguna vez me les he cruzado paseando al perro y estoy segura que no saben que les tengo controlados, a ellos y a todo el vecindario. Algunos fines de semana, pero sobre todo en verano, les visitan sus hijos con sus nietos y pasan las tardes de charla en el salón. Es enternecedor verles salir a la terraza para despedirse de sus nietos saludándoles con la mano y tirándoles besos al aire.

En el piso de arriba, el quinto izquierda es donde antaño vivió el exhibicionista. El exhibicionista era el hijo de un matrimonio mayor, que al fallecer éste se quedó viviendo en piso con una mujer que tal y como apareció, desapareció. El susodicho, sobre las cinco de la tarde comenzaba su show; bajaba la persiana del salón a una altura media para ocultar su rostro pero vigilando a través de las rendijas a su público. Se paseaba en pelotas por toda la casa, del salón a la cocina, se la meneaba un poco hasta que le ponía dura, posaba de perfil, de frente, se la echaba hacia atrás, se la escondía... hasta que empezaba a masturbarse con ambas manos. Cuando estaba a punto de correrse, flexionaba las rodillas y recogía la leche con la otra mano. Alguna vez, también se ponía en la polla erecta el trapo amarillo de la cocina con el que su pobre madre limpiaba la encimera. Un día los padres desaparecieron y en el piso se le veía con una mujer, pero yo creo que no follaban ni nada porque él continuaba a lo suyo, incluso estando en la cocina, mientras freía se la sacaba y... bueno, lo de siempre. El piso de la noche a la manñan quedó vacío, apareció en idealista, estaba en venta. El pasado verano lo estuvieron reformando, y un equipo de desintoxicación biológica encontró restos de adn de un hombre de mediana edad por toda la casa. Ahora vive una pareja joven que se dedica arrumacos a la luz de los fluorescentes de la cocina, tienen un mini huerto, o plantitas de estas aromáticas en la terraza, han tenido un bebe, viven felices y ajenos a lo que ocurría en su casa todas las tardes. Así es mejor, ójala no lean esto.









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