viernes, 29 de abril de 2016
Ahí está
La desolación camina de nuestra mano, por las calles, por los barrios, por los pasillos del suburbano, por los impúdicos baños públicos, por los mercados, por los centros comerciales. Y nos mira de reojo y se ríe a su antojo. Qué sinvergüenza, la tía. Se nota que nunca nadie le dijo que no está bien reirse de la desolación ajena. Y ahí está ella, nos sigue mirando descaradamente, -no la mires, me dices-, y yo, como buena mula que soy no te hago caso. Y hoy la veo con mala cara, será que no ha dormido bien o será porque ya ha visto mucho por hoy, y eso que son apenas las dos y media de la tarde. No, si al final vas a tener razón, no debería mirarla porque al final estoy empezando a adquirir su misma tonalidad de escala de grises de pocos claroscuros y muchos oscuclaros.
miércoles, 27 de abril de 2016
Oh la la
Echo de menos París. No la Torre Eiffel, ni los Campos Elíseos. Tampoco la creperie de al lado de casa, ni tomar café en la calle a veinticinco o cero grados. París en sí misma, bien pordría ser una ciudad como otra cualquiera pero tiene algo que no encontrarás en ningún otro lugar del planeta.
A París le pasa un poco lo que a Nueva York cuando la visitas por vez primera, porque aunque nunca antes hayas estado allí todo es tan familiar y reconocible que sientes que formas parte de ella.
Reconoces sus avenidas, sus vecindarios, el tumulto cotidiano... y te crees una protagonista de la Nouvelle Vague.
Pero te das cuenta de que esa realidad construida en tu imaginario es fruto de la deconstrucción, e irremediablemente cambia tu imagen de la ciudad, y ya no desprende ese allure que dirían los franceses.
Porque París no es la ciudad de la luz, París es un parque temático, el parque temático del amor, con sus candados encadenados en sus puentes, con sus princesas disney en busca del príncipe perdido, con los muertos ilustres, cuyas tumbas reciben más visitas que la Gioconda...
lunes, 25 de abril de 2016
EL PODER DE UNA IMAGEN
Son muchas las razones que nos llevan a decantarnos por consumir ciertas marcas. Algunas las escogemos por su precio, otras porque se la hemos visto a alguien o nos ha gustado su anuncio, otras veces por recomendaciones, o simple y llanamente porque nos gustan, no hay más explicación posible.
Todas las marcas, sabedoras de su importancia dedican tiempo y sobre todo, mucho dinero, en estudios pormenorizados para conocer la eficacia y el impacto que una campaña puede desplegar entre sus consumidores habituales e incluso los potenciales.
Una de las muchas herramientes de que disponen estas grandes empresas con los estudios de mercado. Se seleccionan a consumidores en base a un determinado perfil, generalmente de un rango concreto de edad con diferentes ocupaciones para que conformen un grupo heterogéneo. A las empresas les interesa conocer la opinión de sus consumidores de primera mano.
Pues bien, hace unos días asistí a una de estas reuniones. Por razones estrictamente confidenciales no diré de qué marca y producto se trataba, pero sí diré que se trataba de un producto destinado al público femenino. En una sala de ambiente aparentemente relajado, pero equipada con cámaras de vídeo, micrófonos y un falso espejo desde donde éramos observadas por la mirada atenta de los encargados del estudio, un grupo de ocho desconocidas mostramos nuestras opiniones acerca de las imágenes que el moderador nos iba enseñando.
Debo decir que no era la primera vez que participaba en este tipo de reuniones, pero sí me percaté de su mecanismo. Pese a que a priori se va a opinar libremente, las opiniones críticas no tienen cabida y se silencian. Sentí cierta desazón al comprobar cómo las cuestiones de género pasan despercibidas para la gran mayoría; cómo se ha normalizado hasta el punto de agradar y darlo por bueno -por la mayoría de las allí presentes- que para vendernos a las mujeres un producto se pase por representarnos hipersexualizadas, cayendo en estereotipos repetidos hasta la saciedad, mujeres que van de fiesta pero que parecen salidas de un club de intercambio... Y cómo cuando se ofrece una visión de mujeres que no son lo que se espera de ellas y hacen actividades que son destinadas principalmente al público masculino, como los deportes de riesgo y que no por ello dejan de ir a la oficina o disfrutar de su tiempo, se rechaza de inmediato.
Y siento que no seamos las propias mujeres las que no tengamos suficiente capacidad crítica para rechazar este tipo de mensajes sexistas, porque que quede claro de una vez: la publicidad ofrece una imagen distorsionada de la realida, es netamente aspiracional, porque si fuese verdad lo que nos venden, todas deslumbraríamos con el brillo de nuestra sedosa y suave melena al mismísimo sol, ¿o alguien lo duda?
Todas las marcas, sabedoras de su importancia dedican tiempo y sobre todo, mucho dinero, en estudios pormenorizados para conocer la eficacia y el impacto que una campaña puede desplegar entre sus consumidores habituales e incluso los potenciales.
Una de las muchas herramientes de que disponen estas grandes empresas con los estudios de mercado. Se seleccionan a consumidores en base a un determinado perfil, generalmente de un rango concreto de edad con diferentes ocupaciones para que conformen un grupo heterogéneo. A las empresas les interesa conocer la opinión de sus consumidores de primera mano.
Pues bien, hace unos días asistí a una de estas reuniones. Por razones estrictamente confidenciales no diré de qué marca y producto se trataba, pero sí diré que se trataba de un producto destinado al público femenino. En una sala de ambiente aparentemente relajado, pero equipada con cámaras de vídeo, micrófonos y un falso espejo desde donde éramos observadas por la mirada atenta de los encargados del estudio, un grupo de ocho desconocidas mostramos nuestras opiniones acerca de las imágenes que el moderador nos iba enseñando.
Debo decir que no era la primera vez que participaba en este tipo de reuniones, pero sí me percaté de su mecanismo. Pese a que a priori se va a opinar libremente, las opiniones críticas no tienen cabida y se silencian. Sentí cierta desazón al comprobar cómo las cuestiones de género pasan despercibidas para la gran mayoría; cómo se ha normalizado hasta el punto de agradar y darlo por bueno -por la mayoría de las allí presentes- que para vendernos a las mujeres un producto se pase por representarnos hipersexualizadas, cayendo en estereotipos repetidos hasta la saciedad, mujeres que van de fiesta pero que parecen salidas de un club de intercambio... Y cómo cuando se ofrece una visión de mujeres que no son lo que se espera de ellas y hacen actividades que son destinadas principalmente al público masculino, como los deportes de riesgo y que no por ello dejan de ir a la oficina o disfrutar de su tiempo, se rechaza de inmediato.
Y siento que no seamos las propias mujeres las que no tengamos suficiente capacidad crítica para rechazar este tipo de mensajes sexistas, porque que quede claro de una vez: la publicidad ofrece una imagen distorsionada de la realida, es netamente aspiracional, porque si fuese verdad lo que nos venden, todas deslumbraríamos con el brillo de nuestra sedosa y suave melena al mismísimo sol, ¿o alguien lo duda?
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