miércoles, 29 de octubre de 2014

Como un caballo desbocado


 
Ha vuelto a pasar. Ha vuelto a pasar después de prometerme a mi misma que no volvería a pasar. Después de hacer como si nada, de disimular indiferencia, de aparentar ser de piedra. De palidecer cuando sus pasos se acercaban adónde yo estaba, y yo salir huyendo. Huir, correr escaleras arriba y refugiarme en el baño. Ese baño que tanto odié con sus puertas pintadas de azul bebé y sus baldosas beige, tan feas, tan tétricas y tan viejas. Entre tres paredes y una puerta. La misma puerta en la que un día encontré escrito el poema que un día haría plantearme por primera vez eso de lo que todo el mundo habla, eso de lo que todo el mundo quiere, eso que tanto escasea, eso de lo que presumen los que no lo tienen, eso que algunos escriben con mayúsculas, eso que dicen que como él no hay nada igual, eso por el que más de uno y de dos y de tres pagaría para que nunca tuviera fecha de caducidad; eso en lo que pienso por las noches para soñar que por lo menos en sueños lo tengo, eso que quiero y que no llega, eso que quiero y que no tengo, eso que no tengo y que no sé si tendré, eso que tendría si dependiese sólo de mi.

Y entonces ahí encerrada, es cuando intento respirar hondo y trato de controlar la situación. Respiro hondo y noto que algo no va bien. Mi corazón desbocado lo perdí por el pasillo.
¿Y si alguién lo encuentra? ¿y si alguién lo encuentra y se lo queda? ¿y si eres tú quién se lo queda? ¿y si habla de ti? ¿y si va contando por ahí todo lo que sabe de mi?




(La foto es un dibujo de Gustav Klimt)

jueves, 23 de octubre de 2014

Todos somos sospechosos




 Diccionario de la RAE, sospechoso, sa.
1. adj. Que da fundamento o motivo para sospechar o hacer mal juicio de las acciones, conducta, rasgos, caracteres, etc.
2. adj. Se decía de la persona que sospecha.
3. m. y f. Persona cuya conducta o antecedentes inspiran sospecha o desconfianza.



Desde hace unos días no paro de escuchar y de leer una expresión terrorífica: "sospechosos de ébola". Busco en google y hay ya más de ocho millones de resultados. 
Escalofríos.

Si hay algo que diferencie al ser humano del resto de animales es su capacidad de comunicación a través del lenguaje. Aunque no se le de importancia, el lenguaje y la forma de utilizarlo puede definir a una persona más que el color de su pelo, el coche que conduce, la ropa que lleva puesta o la profesión que ejerce. Por eso nos repiten hasta la saciedad que cuidemos el colesterol, los triglicéridos, el cabello encrespado, las arruguitas, la línea, el seguro del coche o la cal de la lavadora.

A nadie parece importarle el lenguaje pese a que contínuamente escuchamos aberraciones lingüísticas por todas partes: en una conversación espontánea, en el reality de turno o en el telediario de mayor audiencia del día. Me da igual dónde. El caso es que terminan por normalizarse y las reproducimos e incorporamos en nuestro lenguaje cotidiano. 

Muchos y muchas se escandalizan cuando se emplea lenguaje sexista, en el ámbito que sea; yo la primera, pues hace un flaco favor al principio de igualdad, pero nadie lo hace cuando se utiliza un lenguaje que per se acusa y criminaliza. El último ejemplo son los "sospechosos de ébola", que en las últimas semanas se ha convertido en el tema de conversación de todas las tertulias, informativos, prensa y redes sociales. 

Pero, ¿por qué se habla de una enfermedad como si fuese un delito? ¿desde cuándo la posibilidad de haber contraído una enfermedad te convierte en sospechoso de la misma? ¿todas las enfermedades son sospechosas? ¿cuántos sospechosos de cáncer hay repartidos por el mundo? ¿seré sospechosa de gripe por tener fiebre y estar resfriada? ¿cuántos niños sospechosos de varicela hay en los colegios?

Está claro que no se trata de matices, uno puede ser sospechoso de haber cometido un delito, pero no puede ser sospechoso de tener una enfermedad; porque sospechar implica desconfiar, temer, dudar, pensar que se ha hecho algo malo, y nadie puede culpabilizar a nadie por estar enfermo.  

Por el contrario hay mucha tontería suelta, muchos tontos sueltos y muy pocos sospechosos de serlo.


miércoles, 1 de octubre de 2014

Caprichos

Me encapricho fácilmente de todo lo que despierta en mi cierta curiosidad y atracción.
No hace falta pensar mucho qué es lo que nos atrae, no tiene sentido preguntarse por qué esto sí y esto no. Ante lo que sentimos no podemos luchar en contra. Podemos disimular de cara a los demás, interpretando un papel de alguien que tiene nuestro rostro, pero que no siente cómo realmente uno se siente.

Los caprichos son efímeros y cuando ya los hemos satisfecho, al principio nos sentimos gozosos y exultantes, después surgirá en nuestro interior el vacío que nos inundaba anteriormente, que creíamos erróneamente que sería cubierto con el capricho en cuestión.
Algo parecido nos ocurre con el amor.

Cuando no lo tenemos, lo anhelamos, lo idealizamos y hay quién lo suplica. 
Cuando lo encontramos y además es correspondido, es lo mejor que nos puede pasar en la vida; nos cambia la perspectiva, nos suaviza el humor y nos hace vivir en una realidad alterada cubierta de un filtro que hace que lo que ayer era oscuro y feo, hoy sea perfecto y de color pastel.
El amor aunque no todos lo reconozcan, nos nubla percepción y hace que veamos a la persona amada como un ser especial.
Como una suerte de traje a medida sin derecho a devolución, que sólo le puede valer al cuerpo que cumple esas medidas y no a ninguno más.