miércoles, 29 de octubre de 2014

Como un caballo desbocado


 
Ha vuelto a pasar. Ha vuelto a pasar después de prometerme a mi misma que no volvería a pasar. Después de hacer como si nada, de disimular indiferencia, de aparentar ser de piedra. De palidecer cuando sus pasos se acercaban adónde yo estaba, y yo salir huyendo. Huir, correr escaleras arriba y refugiarme en el baño. Ese baño que tanto odié con sus puertas pintadas de azul bebé y sus baldosas beige, tan feas, tan tétricas y tan viejas. Entre tres paredes y una puerta. La misma puerta en la que un día encontré escrito el poema que un día haría plantearme por primera vez eso de lo que todo el mundo habla, eso de lo que todo el mundo quiere, eso que tanto escasea, eso de lo que presumen los que no lo tienen, eso que algunos escriben con mayúsculas, eso que dicen que como él no hay nada igual, eso por el que más de uno y de dos y de tres pagaría para que nunca tuviera fecha de caducidad; eso en lo que pienso por las noches para soñar que por lo menos en sueños lo tengo, eso que quiero y que no llega, eso que quiero y que no tengo, eso que no tengo y que no sé si tendré, eso que tendría si dependiese sólo de mi.

Y entonces ahí encerrada, es cuando intento respirar hondo y trato de controlar la situación. Respiro hondo y noto que algo no va bien. Mi corazón desbocado lo perdí por el pasillo.
¿Y si alguién lo encuentra? ¿y si alguién lo encuentra y se lo queda? ¿y si eres tú quién se lo queda? ¿y si habla de ti? ¿y si va contando por ahí todo lo que sabe de mi?




(La foto es un dibujo de Gustav Klimt)

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