No hace falta pensar mucho qué es lo que nos atrae, no tiene sentido preguntarse por qué esto sí y esto no. Ante lo que sentimos no podemos luchar en contra. Podemos disimular de cara a los demás, interpretando un papel de alguien que tiene nuestro rostro, pero que no siente cómo realmente uno se siente.
Los caprichos son efímeros y cuando ya los hemos satisfecho, al principio nos sentimos gozosos y exultantes, después surgirá en nuestro interior el vacío que nos inundaba anteriormente, que creíamos erróneamente que sería cubierto con el capricho en cuestión.
Algo parecido nos ocurre con el amor.
Algo parecido nos ocurre con el amor.
Cuando no lo tenemos, lo anhelamos, lo idealizamos y hay quién lo suplica.
Cuando lo encontramos y además es correspondido, es lo mejor que nos puede pasar en la vida; nos cambia la perspectiva, nos suaviza el humor y nos hace vivir en una realidad alterada cubierta de un filtro que hace que lo que ayer era oscuro y feo, hoy sea perfecto y de color pastel.
El amor aunque no todos lo reconozcan, nos nubla percepción y hace que veamos a la persona amada como un ser especial.
El amor aunque no todos lo reconozcan, nos nubla percepción y hace que veamos a la persona amada como un ser especial.
Como una suerte de traje a medida sin derecho a devolución, que sólo le puede valer al cuerpo que cumple esas medidas y no a ninguno más.
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