martes, 16 de junio de 2015

Diario de un ídolo de masas [2]:


No más selfies, por favor. 

una ficción sobre la comunicación 3.0


El otro día, no recuerdo si fue anteayer o el día antes de anteayer, iba yo caminado por la calle, tan feliz y tan campante. Todo era perfecto: la temperatura agradable, los rayos del sol, filtrados a través de los cristales polarizados de mis recién estrenadas gafas de sol, un modelo casual, discreto y moderno; me permitían observar la abyecta realidad, ahora reconvertida en reveladora y refrescante. Sonaba It feels sooo goooood in the bay, en el momento exacto en el que el cuadro de Hopper cobra vida y movimiento al ritmo de música electrónica.




 Ahora era yo quien sumergido en esa piscina, braceaba como si fuera Esther Williams en Escuela de Sirenas y dejaba que mi larga melena se fundiese con el cloro. Mi evasión se vio interrumpida bruscamente cuando sentí que una mano extraña se posaba sobre mi brazo, devolviéndome a mi situación actual. Mierda. Me giré y me vi obligado a quitarme los auriculares al no poder descifrar las mudas palabras del chico que me hablaba.
 

- Oye, perdona, es que.... mi novia y yo te hemos visto, y bueno que...a mi novia le encantas, pero que nada, que yo no soy celoso, ¿eh? es que es muy tímida y si yo no me acerco a pedirtelo ella no se va a atrever...
- Bueno, yo no me como a nadie, pero estáte tranquilo que yo tampoco soy celoso- digo como si tal cosa, intentando ser gracioso, pero la gracia la tengo en el culo, y suelto una carcajada nerviosa riéndome de mi mismo, por mi absurdez y la situacón incómoda en sí.


El novio me mira y e intuyo en su mirada cierta tirantez, es cómo si me estuviera pensando: "joder, vaya creído de mierda el actorzuelo éste... si no fuera por la cara que tiene, puf, y encima a mi novia le pone..."


-Nada, que si no te importa que nos hagamos un selfie.


Hacernos un selfie.

Un selfie.

La frase se repite en mi cabeza como un mantra. Un selfie.

Antes, en los comienzos de mi fulgurante carrera como actor revelación, eran pocos los fans que te pedían una foto, al márgen de los pesados paparazzis, claro; bastaba con un garabato que colase por autógrafo, un par de besos y tan contentos. Eso era antes.

Pero ahora, ¡todo el mundo lleva una cámara en el bolsillo!

Sé que para vosotros, simples mortales anónimos es una nimiedad, pero para un ídolo de masas como yo, se ha convertido en un suplicio contra el que luchar día tras día, sabiendo que mañana volverás a toparte con él.

La gente me reconocería por la calle aunque me plantase una careta con la cara del mismísimo diablo.
Vale que soy actor, que salgo por la tele y que las adolescentes se dejan los pulgares de tanto que les gustan mis fotos y tuits, pero los selfies están acabando con nosotros. Os lo digo desde la profunda sinceridad de mi ser.


-¿Un selfie? Sí, claro.

El tipo ya llevaba su iphone preparada con su palo y todo.
¡Es tan vergonzante ver a la gente con palos enganchados a sus teléfonos, más inteligentes que sus propios dueños, poniendo caras y gestos absurdos mientras el resto de personas observan involuntariamente la grotesca escena sin comerlo ni beberlo...! ¡y qué decir de convertirte en protagonista del mismo!

La bochornosa situación la sobrellevo poniendo la mejor de mis caras, sonrío a la pantalla como que me encanta y mis gafas de sol hacen el resto.

Menos mal que hoy hacía sol.

Benditos cristales polarizados, le estaré eternamente agradecido al tipo que me las vendió, aunque el muy capullo también me pidiese un selfie...



miércoles, 10 de junio de 2015

Cavilando



Mientras regreso a casa después de pasar otro rutinario y anodino día de trabajo me da por cavilar en lugar de ponerme a hacer la lista de la compra. Para eso soy más de improvisar y dejo que sea mi síndrome premenstrual el que me guíe, intuyendo que durante la próxima semana me alimentaré a base de nachos, chocolatinas y patatas fritas estilo artesano.

Hoy, tratando de abstraerme del ambiente que me rodeaba, caras largas, grises, cansadas, púberes con las hormonas revueltas y hambre de selfies; madres de familia dando de merendar a sus vástagos, hombres con trajes de confección y camisas con iniciales grabadas, como las que llevaba en el babi del cole....  me preguntaba por qué siempre posponemos tal o cuál cosa a la espera de que llegue ese preciado momento que nunca termina de llegar. 

¿Falta de tiempo, de ganas, o una combinación de ambas?

Cada vez pienso que por ahí no va la cosa. 

Siempre hay tiempo cuando se tienen ganas, pero sin ganas aún con todo el tiempo del mundo por delante, nunca encontrarás el momento adecuado para iniciar algo, lo que sea.

¿Por qué hacer planes de cara a un futuro incierto?

¿Por qué proyetar sueños, posponer promesas, planes, deseos, reservar sentimientos y guardarlos bajo llave hasta el día x que ni existe ni existirá?


Ya lo dice el refrán, el que espera, desespera.

Voy a probar el mindfulness.

martes, 9 de junio de 2015

NUMERUS APERTUS

Vivimos tiempos convulsos e inciertos. No he descubierto nada nuevo, lo sé. Esta nuestra era, es la más avanzada con respecto a las anteriores que conocemos; antes ninguna otra civilización había logrado los avances tecnológicos, industriales o médicos que hoy conocemos y disfrutamos. 
Pero todas estas mejoras son insuficientes y no nos sirven para encontrar el sentido de la vida posmoderna que nos ha tocado vivir, y por eso nos introducimos en espirales, en muchos casos autodestructivas, inducidos y amparados por una sociedad despiadada cada vez más inhumanizada y mercantilizada de la que todos irremediablemente formamos parte.


Todo tiene un precio -hago un inciso para contradecirme a mí misma, y añadir que paradógicamente, al contrario de lo que los señores publicistas quieren hacernos creer, es a través de todo lo que no se compra dónde mayores cotas de felicidad y placer alcazaremos -que hay que pagar por formar parte de esta sociedad esclava de modas absurdas con consecuencias desastrosas.




He aquí una pequeña muestra de patologías digitales que bien podría clasificarse de numerus apertus, en continua transformación y expansión en consonancia con la rapidez con la que aparecen.


-Nomofobia: ¿sufres ansiedad cuando sales sin el móvil? entonces padeces de nomofobia (no mobile- phone phobia). Los niveles de ansiedad de las personas que lo sufren se disparan al verse desprovistos de sus tan preciados artilugios digitales por la sensación de estar "aislados" de las posibles llamadas o mensajes de familiares y amigos. Un simple olvido o pérdida que puede provocar miedo y angustia.


-Fomo: es el miedo a perderse algo (Fear of Missing Out). Es un deseo y necesidad constante de permanecer conectados con todo lo que hacen los demás todo el tiempo y perdernos lo que tenemos enfrente. Ir a un concierto y no disfrutarlo porque estás más pendiente de hacerte un selfie y de tener 3G para subir la foto a tus redes sociales, o esquivar un flechazo en plena caller por ir leyendo tu timeline.

Suele combinarse con la nomofobia.

Algunos de sus síntomas van desde la búsqueda constante de wifi, comprobar constantemente el nivel de porcentaje de la batería así como ir provistos de baterías de recambio o buscar un enchufe donde poder recargarlas, además de tener el móvil siempre a mano para poder consultarlo en cualquier momento.

Aquí tienes un test para comprobar u nivel de fomo.


-Phubbing: El “phubbing” (término formado a partir de las palabras inglesas phone y snubbing- teléfono y despreciar-) consiste en ignorar a quien tenemos enfrente centrando nuestra atención en nuestro smartphone y actualizar el perfil de facebook, fotografiar la comida del plato para compartirla en instagram, jugar una partida al candy crush o contestar mensajes de whatsapp.

Para evitar estas situaciones, tan molestas como cotidianas, ha surgido todo un movimiento anti-phubbing que ofrece alternativas como por ejemplo ir a comer a un resturante y que todos los comensales dejen sus queridos smartphones sobre la misma y el primero que coja el suyo será el encargado de pagar la cuenta…




-Vibranxiety: Vas por la calle y escuchas el silbidito de haber recibido un nuevo mensaje, revisas tu smartphone y resulta que no, que no has recibido nada; o has notado que el móvil vibraba y luego has comprobado que no lo hacía... entonces sufres de vibranxiety u obsesión o por el sonido o vibración del móvil.


-Whatsappitis: Consiste en un uso abusivo de tan famosa aplicación hasta el extremo de provocar dolor en falanges y muñecas o tensión ocular.


- Adicción a las redes sociales: sensación de vacío que nos provoca no saber lo que ocurre en nuestras redes sociales durante periodos de tiempo en los que no estamos on line.


-Transtorno de identidad disociativo: Es la dificultad de distinguir entre lo que ocurre en la vida real y en la vida virtual causando una profunda confusión en las personas que lo sufren.


Creo que sufro todas y cada una de estas patologías, me automedicaré como viene siendo habitual, con una pastillita de estas:





viernes, 5 de junio de 2015

Llamemos a las cosas por su nombre

Estoy bastante asqueada de todo en general y de determinadados palabros en particular.

Es irritante tener que escuchar una sandez tras otra con la finalidad única de ser "políticamente correcto". Si esto lo trasladamos a una conversación iría acompañada de una inflexión de las falanges de los dedos anular y corazón de ambas manos con la gracieta de entre comillas a la hora de decir políticamente correcto. Es una ocurrencia ridícula y fuera de lugar que te definirá de la misma manera que si vas leyendo de tapadillo cincuentas sombras de grey en el metro.

-no, no estoy bailando "los pajaritos"
 
Aún estoy esperando a que alguien tome la inicativa de hacer lo propio con las cursivas, pobrecillas, siempre tan olvidadas y menospreciadas, ellas no se lo merece...

A lo que iba, nuestro lenguaje castellano está plagado de palabras biensonantes para no herir sensibilidades ajenas porque somos muy delicados y no podemos ir por ahí escuchando cosas feas que luego nos crean un trauma crónico y difícil de superar.

Y diréis: ¿esto a qué viene?

Reproduzco a continuación una conversación cotidiana, inocente y reveladora entre dos amigas un día cualquiera de un mediodía cualquiera de un soleado y caluroso mes de junio en una ciudad cualquiera como Madrid:

- Por cierto, el otro día me crucé con tu vecino
 - ¿cuál de ellos?
- si mujer, el rellenito del cuarto,
- ¿rellenito de qué? ¿de cacao como el bollycao?
- Anda, que...
- El gordo, ¿no?
- ¿Gordo? hala, tía no te pases, bueno, un poco llenito si que está.
- Otra vez, llenito de ¿qué?
- Bueno, ya sabes quién es.
- Cómo no voy a saberlo, es el tonelete del edificio...
 - Joder tía, cómo os pasáis, ¿por qué vais insultando a la gente porque sí?
- Oye, que no he insustado a nadie, sólo llamo a las cosas por su nombre: un gordo es un gordo, de la misma manera que una enano no es una persona bajita, ni un viejo es una persona mayor ni un negro es una persona de color, porque entonces, ¿de qué color es? 
- Bueno, en parte tienes razón, pero eres un poco brusca, puedes hablar sin ser tan directa.
- Directa ¿por qué? porque llamo a las cosas por su nombre pues mira, sí. Prefiero ser directa y decir, ¡joder qué mierda de crisis!, estoy parada y prefiero suicidarme antes que terminar siendo una pobre vendedora de seguros engañando a los viejos a decir ¡jopelines qué porquería de desaceleración económica! estoy desempleada y prefiero sufrir una muerte voluntaria antes que ser una comercial de seguros poniéndo mis servicios a disposición de los señores mayores.