El mundo de los sueños es un tema que siempre me ha fascinado. Hubo un tiempo en el que llegué a obsesionarme y cuando me iba a dormir, guardaba debajo de la almohada un pequeño cuaderno y un lápiz para imediatamente después de despertame poder apuntar lo que acababa de soñar. Al día siguiente leia y releía y revivía el sueño como una realidad. Podía ocurrir en cualquier momento de la noche. Daba igual que fuera media hora después de haberme quedado en una especie de duermevela o cinco minutos antes de que sonara el despertador. Una vez soñé que sufría un accidente de tráfico y sentí el brusco frenado antes que morir. Inmediatamente desperté y a pesar del sobresalto, con taquicardia incluída, apunté todo lo que recordaba de aquel mal sueño. Me alegré de que solo fuera eso, pero lo sentí tan real que me costó dormir de nuevo.
También tuve una época en la que un sueño se repetía con demasiada frecuencia. No había noche que no soñara con ello y el final siempre era el mismo y experimentaba la misma sensación. El caso es que sin poder controlar el propio sueño- como si yo fuese la directora del mismo, - me dejaba llevar y sabiendo cuál era su final dejaba que simplemente ocurriera. Sufría una especie de deja vù onírico - término que acabo de inventarme- y no paraba de buscarle explicaciones por todas partes.
Llegó a mis manos un libro de interpretación de los sueños. Era el típico que encuentras en la sección de más vendidos en cualquier librería de barrio o en el catálogo del círculo de lectores. Digamos que tenía la misma credibilidad que las videntes de un 806, pero yo creía todo lo que decía. Lo más sensato hubiera sido leer a Freud o a Jung, pero yo soy una absoluta insensata.
De repente, después de un tiempo, ese sueño recurrente dejó de aparecer cada noche. A la mañana siguiente, despertaba sin la inquietud habitual y sentía un verdadero vacío: apenas recordaba lo que había estado soñando esa noche y creí que jamás volvería a soñar. Pasé de una época en la que siempre soñaba lo mismo, a noches en blanco. Es posible que soñara, pero era incapaz de recordar nada. Me daba mucha rabia. La posibilidad de que no volviera a soñar nunca más me atemorizaba. ¿Cómo iba a evadirme de mi propia realidad si no era a través de mis propios sueños? ¿Cómo enfrentarme a mi inconsciente si éste no era capaz de evadirse y manifestarse a través de mis propios sueños?
Lo pasé mal. Indagué sobre el tema, hasta que de repente una noche, volví a soñar. Los sueños volvieron y con ellos la proyección de mi propios miedos.
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