Hoy es uno de marzo.
Llevo dos días sin fumar y tres sin trabajar.
Tengo cuatro gatos que me piden mimos cada cinco minutos.
Son las seis y siete minutos de la tarde.
Hace siete años dormía al menos ocho horas diarias, hoy sería una una locura dormir nueve horas seguidas: aumenta el riesgo de ictus.
En mi estanteria tengo diez ejemplares exactamente idénticos, de Madame Bovary.
Esta mañana encontré un cupón de la once para el sorteo de hoy, ¿os imagináis que me toca?
Tengo doce horas por delante para una entrega y no sé por dónde empezar.
Adoro el número trece, ser supersticioso da mala suerte.
A los catorce años empecé a fumar a escondidas, a los quince me hice un piercing en el ombligo y a los dieciséis sufrí mi primer desengaño amoroso... sí, era una niñata.
Con diecisiete era una inmadura autoconvencida de todo lo contrario.
A los dieciocho me quité el piercing y me quedó de recuerdo una cicatriz bastante maja.
El recuerdo de mi diecinueve cumpleaños está borrado de mi memoria, sufro amnesia selectiva.
Veinte son las veces que mi ex me pidió matrimonio, y veinte fueron las veces que le dije que sí.
Tengo un secreto [in]confesable, todos los días llamo al contestador del programa siglo veintiuno emulando diferentes voces y hago uso de una de mis habilidades más ocultas: la ventriloquia.
En mis tiempos universitarios, hablar del veintidos era hablar de un mito sexual equiparable a James Dean.
Si sumas las cifras de una matrícula capicúa y su resultado es veintitrés, pide un deseo y se te cumplirá en menos de veinticuatro horas.
Cada veinticinco de diciembre intento huir sin éxito de las reuniones familiares, pero sé que algún año lo conseguiré.
Acabo de subir las escaleras mecánicas: veintiseis escalones huyendo del hedor de la muchedumbre.
Dicen que de media, consumimos al año, veintisiete cajas de preservativos, si son de diez unidades, salen unos 270 polvos, lo que me lleva a pensar que se folla muy poco.
El ciclo menstrual de las mujeres suele durar veintiocho días.
Soy capaz de leer veintinueve veces el comienzo de cien años de soledad, y dejarlo otras tantas.
Desde hace treinta días, todas las mañanas hago varios saludos al sol para desperezarme.
Treinta y uno es una buena edad para empezar de cero, en realidad siempre es un buen momento para empezar cosas nuevas