lunes, 28 de marzo de 2016

Le chat



Hay un gato enfrente, en la ventana. Se sacude al aire, sus pelos caen y se entremezclan con el polvo
el polvo del sol, sus cenizas grises, acaloradas y calientes se juntan con los pelos del gato.

El gato me me mira pero no me ve, se estira, se agiganta y cierra los ojos.

Ahora el gato no me mira, ahora el gato no me ve porque está cegado por el rey sol.

Ahora el gato abre los ojos y me atraviesa y ve a través de mi, me ve y descifra lo que escondo en mi interior, lo que oculto tras mi abrigo marinero, ese al que le puse los botones dorados que fuimos a comprar a la mercería adonde van las señoras a comprar telas y ganchillos y donde venden botones dorados. 

¿Y por qué el gato no habla, y por qué no me cuenta lo que ahora ve? 

martes, 8 de marzo de 2016

LA ESCLAVITUD FEMENINA




- Has de vestir socialmente aceptable. Esto quiere decir que vistas con ropa de bajo coste y escasa calidad; con la ropa que "se lleva", ya sabes, mona, sexy, incómoda, a la moda, e igual que el 85% de mujeres con las que te cruzas por la calle, en el metro o en el súper.

- Déjate el pelo largo, es signo inequívoco de femenidad. La plancha y las tenacillas serán tus eternas compañeras y amigas para lograr estar siempre perfecta y deseable... aunque el pelo largo te quede como el culo y las temidas puntas abiertas terminen por arruinarte la melena y tu salud capilar. ¡Qué no cunda el pánico! las extensiones capilares serán tu salvación.

- Depílate. Ten presente la siguiente máxima y repítela cuál mantra: las mujeres sólo tenemos pelo en la cabeza. Ni en las piernas, axilas, brazos, entrepierna, pubis... en ninguna parte de tu cuerpo existe el vello. Es por todos sabido que las mujeres somos imberbes por naturaleza.

-Extensiónate. No sólo llevarás extensiones en la cabeza, también deberás ponerte extensiones en las pestañas para emular a la mismísima Minnie Mouse, pese a que puede que acabes con una grave infección ocular o que las pocas pestañas que la madre naturaleza te dio terminen cayéndose como lágrimas en la lluvia. Otra posibilidad que no debes deshechar son las pestañas postizas, muy de Bratz y Monster High.

- El maquillaje te hará estar siempre perfecta...después de tapar granitos, manchas, ojeras, cicatrices, lunares caprichosos, pecas y arrugas. Y no olvides contouring... todas queremos ser como Kim.

- Ve al gimnasio, no basta con que te apuntes y pagues la matrícula... aún estás a tiempo para comenzar la operación bikini antes de que sea demasiado tarde, ¿o no querrás pasar otro verano con esos michelines y esa celulitis?

- Bebe mucho agua y duerme ocho horas diarias, si todas las celebrities lo dicen ¿por algo será, no?

- Tu palidez natural que tanto te caracteriza -tan propia de Casper,- te hace muy mala cara y deberías revertirla a base de sesiones de rayos UVA. En los siglos pasados el estar moreno era algo muy vulgar y de gente proletaria, hoy es estatus, distinción, buen gusto, clase.

- Sería interesante que a partir de los treinta vigiles esas patas de gallo y pequeñas arrugitas que te están saliendo en la frente, procura no gesticular demasiado y mide tus gestos. Antes de que sean demasiado profundas, yo que tú me inyectaba botox; el refranero español es sabio "más vale prevenir que curar".

- Compórtate como una señora o señorita, cruza las piernas al sentarte, sé servicial y prudente, no levantes la voz, sé condescendiente, sé lo que se espera de ti, no te salgas de lo preestablecido, asume los roles que la sociedad te impone, sé madre, mujer e hija por encima de todas las cosas.

lunes, 7 de marzo de 2016

LO NORMAL


He de hacer una confesión: me asusta la normalidad.

Hoy en día parece que prácticamente todo está normalizado, y no me refiero a una regularización desde el punto de vista jurídico a base de leyes y normas, sino a convertir en normal algo que no lo era o que había dejado de serlo.

Hay ciertas conductas y/o comportamientos que jamás deberían normalizarse; no se puede alimentar a la bestia sistemáticamente, dejarla a su atonjo que coma lo que le de la gana y no ponerle freno...terminará por engullirnos a todos y las consecuencias serán desastrosas. 

Cuando algo se normaliza, al principio llama nuestra atención, con el tiempo uno acaba por acostumbrarse y llega un día en que se mira al espejo y no reconoce la imagen que éste el devuelve.

Sólo cuando pasa el tiempo suficiente para que asimilemos algo como normal, -insisto en que ese algo no era normal a priori- la normalización despliega sus efectos anestesiantes sobre nuestra capacidad de discernimiento, si algún día tuvimos, y nos damos de bruces con las consecuencias de haber alimentado a la bestia.

Y, desgraciadamente, esto está pasando con la violencia.

Todos los días sin excepción, estamos sobreexpuestos a innumerables dosis de violencia: desde la más laxa y socialmente aceptada hasta la más salvaje y cruel.

No hace falta irse muy lejos, quédate en casa porque no hay nada comparable a poner las noticias, en prime time, para lograr una perfecta indigestión digna de manual porque los insultos, las peleas, los asesinatos, las decapitaciones o los homicidios son el menú diario que cada día nos sirven en bandeja.

Y luego, al final es como cuando detienen al asesino en serie de turno y todos los vecinos dicen que el presunto inocente -que no culpable, porque la presunción de culpabilidad no existe en derecho penal, queridos - era una muy educado, siempre saludaba, vamos que era una persona muy normal .


jueves, 3 de marzo de 2016

MARCAS BLANCAS


  Hace un tiempo -no muy lejano, por cierto- nadie se atrevía a reconocer en público que compraba marcas blancas. Por lo general estaba mal visto, y había cierto recelo y rechazo por tratarse de productos más baratos. Hoy puedes ver en el Mercadona de la calle Serrano, a las envisonadas señoras del barrio salamanca tan enlacadas e impecablemente peinadas comprando yogures desnatados de hacendado, rollos de papel higiénico de el bosque verde y toallitas desmaquillantes de deliplus. 


Las marcas blancas siempre han estado ahí, arriconadas, disimuladas, discretas, poco atractivas, básicas, económicas; eran las segundonas o terceronas, el comodín de última hora dispuesto a sacarte de un apuro...y han llegado a convertirse en las grandes estrellas del súper, deseadas y ansiadas por todos, relegando a un segundo plano a sus más directas competidoras: las primeras marcas, que no les hace ni pizca de gracia el asunto.


Por desgracia, esta fiebre por las marcas blancas no termina aquí.

Queremos marcas blancas a todas horas y ello es extrapolable a otros ámbitos tan susceptibles de ser mercantilizados como lo son las relaciones de pareja.

En el ámbito afectivo también queremos marcas blancas, relaciones de marca blanca, relaciones que impliquen comodidad, sin grandes sobresaltos, no sea que vaya a sufrir más de la cuenta, que no estoy acostumbrado y ya no me gusta.

No queremos ataduras ni compromisos, que eso coarta nuestra libertad. 

Queremos felicidad enlatada, frases absurdas con dibujitos infantiles sobre fondos de tonos pastel, tan románticas, tan cursis, tan tóxicas, tan rebosantes de esterotipos edulcorados... que disparan los índices de glucosa en sangre.

Relaciones baratas, de terceras o cuartas opciones, pero que sean fáciles de cambiar por otra que me convenga más en caso de que me salga rana, ¿dónde están esos príncipes cianóticos, por favor?

Queremos la comodidad y la encontramos. No queremos sufrir, queremos cuentos con finales felices, y hacer realidad ficciones simuladas.

Porque si te regalan algo del Señor Maravilloso - adalid de la felicidad contemporánea y el súmum de la cutrería sentimental-  tú eres de marca blanca, querido o querida.

Directo a la López Ibor.
Sal corriendo que aún estás a tiempo.

martes, 1 de marzo de 2016

Del 1 al 31


Hoy es uno de marzo.

Llevo dos días sin fumar y tres sin trabajar.

Tengo cuatro gatos que me piden mimos cada cinco minutos.

Son las seis y siete minutos de la tarde.

Hace siete años dormía al menos ocho horas diarias, hoy sería una una locura dormir nueve horas seguidas: aumenta el riesgo de ictus.

En mi estanteria tengo diez ejemplares exactamente idénticos, de Madame Bovary.

Esta mañana encontré un cupón de la once para el sorteo de hoy, ¿os imagináis que me toca?

Tengo doce horas por delante para una entrega y no sé por dónde empezar.

Adoro el número trece, ser supersticioso da mala suerte.

A los catorce años empecé a fumar a escondidas, a los quince me hice un piercing en el ombligo y a los dieciséis sufrí mi primer desengaño amoroso... sí, era una niñata.

Con diecisiete era una inmadura autoconvencida de todo lo contrario.

A los dieciocho me quité el piercing y me quedó de recuerdo una cicatriz bastante maja.

El recuerdo de mi diecinueve cumpleaños está borrado de mi memoria, sufro amnesia selectiva.

Veinte son las veces que mi ex me pidió matrimonio, y veinte fueron las veces que le dije que sí.

Tengo un secreto [in]confesable, todos los días llamo al contestador del programa siglo veintiuno emulando diferentes voces y hago uso de una de mis habilidades más ocultas: la ventriloquia.

En mis tiempos universitarios, hablar del veintidos era hablar de un mito sexual equiparable a James Dean.

Si sumas las cifras de una matrícula capicúa y su resultado es veintitrés, pide un deseo y se te cumplirá en menos de veinticuatro horas.

Cada veinticinco de diciembre intento huir sin éxito de las reuniones familiares, pero sé que algún año lo conseguiré.

Acabo de subir las escaleras mecánicas: veintiseis escalones huyendo del hedor de la muchedumbre.

Dicen que de media, consumimos al año, veintisiete cajas de preservativos, si son de diez unidades, salen unos 270 polvos, lo que me lleva a pensar que se folla muy poco.

El ciclo menstrual de las mujeres suele durar veintiocho días.

Soy capaz de leer veintinueve veces el comienzo de cien años de soledad, y dejarlo otras tantas.

Desde hace treinta días, todas las mañanas hago varios saludos al sol para desperezarme.

Treinta y uno es una buena edad para empezar de cero, en realidad siempre es un buen momento para empezar cosas nuevas