He de hacer una confesión: me asusta la normalidad.
Hoy en día parece que prácticamente todo está normalizado, y no me refiero a una regularización desde el punto de vista jurídico a base de leyes y normas, sino a convertir en normal algo que no lo era o que había dejado de serlo.
Hay ciertas conductas y/o comportamientos que jamás deberían normalizarse; no se puede alimentar a la bestia sistemáticamente, dejarla a su atonjo que coma lo que le de la gana y no ponerle freno...terminará por engullirnos a todos y las consecuencias serán desastrosas.
Cuando algo se normaliza, al principio llama nuestra atención, con el tiempo uno acaba por acostumbrarse y llega un día en que se mira al espejo y no reconoce la imagen que éste el devuelve.
Sólo cuando pasa el tiempo suficiente para que asimilemos algo como normal, -insisto en que ese algo no era normal a priori- la normalización despliega sus efectos anestesiantes sobre nuestra capacidad de discernimiento, si algún día tuvimos, y nos damos de bruces con las consecuencias de haber alimentado a la bestia.
Y, desgraciadamente, esto está pasando con la violencia.
Todos los días sin excepción, estamos sobreexpuestos a innumerables dosis de violencia: desde la más laxa y socialmente aceptada hasta la más salvaje y cruel.
No hace falta irse muy lejos, quédate en casa porque no hay nada comparable a poner las noticias, en prime time, para lograr una perfecta indigestión digna de manual porque los insultos, las peleas, los asesinatos, las decapitaciones o los homicidios son el menú diario que cada día nos sirven en bandeja.
Y luego, al final es como cuando detienen al asesino en serie de turno y todos los vecinos dicen que el presunto inocente -que no culpable, porque la presunción de culpabilidad no existe en derecho penal, queridos - era una muy educado, siempre saludaba, vamos que era una persona muy normal .
No hay comentarios:
Publicar un comentario